viernes, 29 de enero de 2010

crianza

P:¿Por qué Chatarra?


A.S: Por lo mismo, quizás, que el cerdo de Dalí, el simbolo de la perfección es un cerdo...El cerdo, dijo a Bosquet, avanza jesuísticamente en medio de las basuras de nuestra época. Así la chatarra.

martes, 26 de enero de 2010

domingo, 24 de enero de 2010

...y vino

VENDIMIADOR


El poeta también va a la vendimia,

recoge frutos,

selecciona, respira hondo y

corta

el racimo

secamente,

ejecutando el drama,


lo deposita, con cuidado enfermizo

entre el resto de lo ya cortado.

Después, poco a poco,

con la paciencia necesaria,

en solitario, irá pisando versos

y transformando su cosecha.




Nada es del poeta,


salvo la transformación.




(Por Agustín Calvo Galán)

miércoles, 20 de enero de 2010

Viejas Extravagancias en Metrajes Eternos

Hace ya algunos años, C. Gustave Liffers viajó hacia Cuba con la duda de si quería hacer un documental, un largo o un poema. Él es un poeta ágrafo, un anacoreta de lo mundano. Terminó como pudo, quizá con un lápiz en lugar de una cámara, sus dos patrias, pronto en EEUU se hicieron eco del trabajo del director de Wiesbaden y los periódicos más influyentes de aquel país (Chicago Tribune o NY Times)lo destacaron, incluso los cineastas JC Tabío o Manuel Zayas. No ocurrió lo mismo en Europa, quizá camuflado por tanto material caro, repetitivo y parapléjico que en los últimos años ha llegado sobre la isla.
Estoy seguro que a Reinaldo Arenas le hubiera gustado esta cinta, seguro, como lo estoy de que a Gil de Biedma no le hubiera desagradado tanto tanto ver la suya. Y es que en estos dos casos muchos confunden: no son documentales sino películas, y las películas, al igual que la realidad (cuba y la noche, las personas del verbo), a veces son ficción.

Ahora sigue apostando a perderlo todo, sigue abrigándose con grúas que perforan los pies en el suelo, impermeables y poemas, sigue cantando las canciones de la cara B, y algunos se lo agradecemos.

martes, 5 de enero de 2010

Año 26 era Orwell

POR EL BIEN DE AMELIA


Trabajo en un Gran Hotel sobre el acantilado
en un país asolado por la guerra civil.
Mi corazón es el único botones.
Mi cerebro es el cocinero chino.

Se trata de un lugar costero en ruinas
con una hilera de limusinas desguazadas en la acera,
monos y gallos de pelea en el gran salón de baile
y palmeras que llegan hasta el techo.

Amelia, rodeada por sus amantes y sus adivinos,
se pinta de azul las pestañas y los labios
al atardecer frente al mar abierto:
las largas playas vacías, el resplandor de la marea...

Me ruega que comprobemos los libros de registro
para indagar si es cierto que aquí se hospedaron una vez Lenin,
Buster Keaton, Nathaniel Hawthorne,
San Bernardo de Claraval, que escribió sobre el amor...

Un hotel en el que uno tararea un tango en medio de un silencio
que se parece al de los cipreses en las películas mudas...
En el que los niños hablan en voz baja con sus amigos imaginarios...
En el que las hojas de una carta importante salen volando...

De pronto un ruido viene de la suite con espejos.
Amelia está desnuda y lleva algodón negro sobre los ojos.
Parece que hay una mosca
en la punta de la nariz romana de su amante.

Noche de lejanos disparos, distantes y confortables.
Entonces aparezco yo con un matamoscas en una bandeja de plata.
¡Ah, las delicias turcas!
Y la Máscara de la Tragedia cubre su vello púbico.





Por Charles Simic (del poemario La voz a las tres de la madrugada)